Los dientes temporarios, también llamados de leche por su color notablemente más blanco que los dientes permanentes, llevan consigo una interesante historia unida a la vida cotidiana a través de los años.
La tradición de intercambiar dinero por los dientes de leche caídos tiene posiblemente su origen en una antigua superstición vikinga, que suponía que poseer una parte del cuerpo de un niño aportaba poder y suerte en las batallas. Los vikingos acostumbraban comprar los dientes de leche caídos para utilizarlos como amuletos, engarzándolos en sus collares.
Según algunos historiadores, durante la edad media a los niños se les hacía tirar sus dientes caídos al fuego, para evitar con ello tener que volver a buscarlos después de la muerte. También se ha recogido la tradición de enterrar los dientes de leche para evitar que las brujas los encuentren, ya que si ellas se apoderaban de uno y lo tiraban al fuego, obtendrían poder sobre el alma de su dueño. Es posible que los padres, para asegurarse de evitar la supuesta posesión del demonio, quemasen ellos mismos los dientes de sus hijos y a cambio les obsequiasen con dinero, como los vikingos, o algún otro pequeño objeto que el niño desease.
En ciertas regiones de Suecia y Grecia era tradición evitar que los dientes caigan en poder de animales con los que no se desearía tener semejanzas dentales y en algunos lugares de Portugal y Chile los niños deben lanzar sus dientes sobre el tejado, diciendo al mismo tiempo una rima que pide un nuevo diente sano y fuerte.
En Salamanca fue costumbre dejar los dientes en puertas, ventanas o en las rendijas de las maderas del desván, para evitar los hechizos y las brujerías, mientras que en Galicia, se contaba a los niños que por el espacio que dejó el diente perdido se les escapaban las mentiras, tratando de evitar así que mientan. En algunas zonas del País Vasco se acostumbraba machacar el diente, con la idea de evitar que el diente permanente saliera en mala posición. Esta tarea la debía llevar a cabo una mujer de la familia cercana al niño. En Cataluña como sabemos, es tradicional que los angelitos recojan los dientes y dejen a cambio una pequeña recompensa.
En las primitivas sociedades agrarias europeas era habitual que las madres ofreciesen a los ratones que crecían entre el grano los dientes de leche de sus hijos. De esta manera buscaban unir la fertilidad de sus campos con el crecimiento de unos niños fuertes y sanos, o sea aplicar los viejos ritos y creencias asociados a la madurez y los ciclos de la naturaleza.
En 1894 un sacerdote jesuita llamado Luis Coloma, consejero de la casa real española y también autor de cuentos, escribe una pequeña historia para el niño Rey Alfonso XIII, a petición del rey Alfonso XII y la reina María Cristina. El objetivo era explicarle al niño de 8 años qué pasaría con su diente, que estaba a punto de caer. Probablemente el sacerdote tomó como base las tradiciones agrarias para llevar a cabo el encargo.
Los protagonistas del cuento eran un rey niño llamado Buby (así llamaba cariñosamente la reina a su hijo) y un ratón de apellido Pérez, que vivía con su familia en una gran caja de galletas en los sótanos de la confitería de Carlos Prats, famosa por entonces, en la calle Arenal 8, de Madrid. Al perder su primer diente de leche el rey Buby lo dejó debajo de la almohada, siguiendo el consejo de su madre, para que lo recogiera el Ratoncito Pérez. Esperó despierto tanto como pudo, con la ilusión de conocer al menudo personaje, pero al pasar las horas el sueño le venció y se escurrió entre las sábanas apoyando la cabeza sobre la almohada que escondía su tesoro. De pronto se despertó por un roce suave en la mejilla. Era la cola de un pequeño ratoncito que llevaba un sombrero de paja, gafas de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja: el Ratoncito Pérez. El niño le pidió que le permitiera ser su compañero de recorrido y el ratón accedió. Tocó con su cola al pequeño y lo transformó así en ratón por un rato, para que lo pudiera acompañar. Durante el viaje que hicieron juntos Buby descubrió que fuera de palacio había un mundo totalmente diferente al que él estaba acostumbrado a disfrutar. Conoció a muchos niños pobres y aprendió valores como la valentía y la generosidad. Ya de regreso en el palacio, Buby volvió a transformarse en niño.
El Padre Coloma quiso sembrar así en el pequeño Alfonso la idea de que todos los hombres somos hermanos, tanto ricos como pobres.
El cuento del Ratoncito Pérez, prácticamente desconocido como tal en España, no se publica desde 1947, pero curiosamente se reedita cada año en Japón. La tradición es común en países muy diferentes como Nueva Guinea, Ucrania, Alemania, Colombia, Uruguay, Argentina… Ha viajado a Francia, dónde el personaje es llamado simplemente Ratoncito (la petite souris) y a Italia, donde se le conoce como Topolino. Evidentemente en los países hispanohablantes mantiene la denominación española, aunque al ser adoptado en México, algunos comienzan a llamarle ahora Ratón Zapata, dentro de la corriente de valoración de tradiciones nacionales.
Este cuento forma parte del patrimonio cultural español, el manuscrito original se guarda hoy en una cámara de seguridad de la Real Biblioteca de Palacio en Madrid. Desde el 5 de enero de 2003, en la calle Arenal número 8 de Madrid, por supuesto, hay una placa conmemorativa que dice: “Aquí vivía en una caja de galletas, Ratón Pérez, según el cuento que el padre Coloma escribió para el niño Rey Alfonso XIII”.
En los países de habla inglesa (Inglaterra, EEUU, Australia) el papel de recoger los dientes perdidos se encargó al «Hada de los dientes» (Tooth Fairy). Las hadas formaban parte de la cultura céltica, anterior a la era cristiana. A lo largo de los años la tradición del Hada de los dientes se arraiga en la cultura anglosajona y aún hoy se mantiene. En países como Canadá, donde conviven dos ámbitos culturales diferentes, se mantienen tanto la tradición del ratoncito (por el origen francófono) como la del Hada de los dientes (de origen anglófono).
En fin, las costumbres relacionadas con la caída de los dientes y todos los personajes de la cultura popular, sean ratones, hadas o ángeles, tienen por objetivos:
• Distraer la atención del niño de las molestias que suponen los dientes al moverse
• Tratar de explicar un cambio natural mediante una historia mágica
• Compensar el trauma de pérdida de una parte del cuerpo
• Evitar la preocupación del niño por las burlas que pueden sufrir de otros niños e incluso de algunos adultos
Sea cual fuere la tradición de cada casa, la magia se asoma en el portal de la sonrisa traviesa de un niño sin sus dientes de leche. Está dando el primer vistazo a sus cambios físicos en el camino de la vida y mientras tanto va dejando atrás, como un tesoro fabuloso, los años de cuentos, ratoncitos, hadas y angelets.